NO FOTOGRAFÍO LO QUE VEO SINO LO QUE SOY
«Podemos diferenciarnos por la raza, el color, la lengua, la riqueza y la política; pero considerad lo que tenemos en común: los sueños, la risa, las lágrimas, el orgullo, el consuelo de un hogar y el deseo de amar. Si consiguiera fotografiar esas verdades universales …» WAYNE MILLER
Pensaba que, con el tiempo, se resolverían todas las preguntas que me he ido haciendo durante años respecto a mi relación con la fotografía.
¿Dar testimonio de un mundo en cambio continuo?, ¿provocar sentimientos?, ¿hurgar en las conciencias?, ¿ejercicio hedonista?, ¿utilitarismo egoísta?, ¿sustento de la memoria?
Lejos de ello, multitud de posibles respuestas siguen abiertas y se amalgaman en mi interior en un todo indisoluble y a la vez cambiante.
Hacer fotografía: un burdo intento de usurpar a la Vida infinitesimales partes de su Tiempo – ese Dios inmisericorde – para recomponerlas en caprichosas combinaciones de luces y sombras, creando ilusorias ventanas al mundo exterior pero también al interior.
Casi nunca fotografío objetos, monumentos o paisajes que, si acaso, solo son meros decorados que acompañan a un único protagonista: el ser humano, con sus fortalezas y miserias, con sus anhelos y frustraciones, con sus risas y con sus lágrimas.
Y no recuerdo ni una sola de mis fotografías en las que, en el momento del disparo, no me haya acompañado la profunda convicción de que solamente el azar, o incluso el tiempo, son la única causa de que no sea yo ese anciano de una remota tribu, ese devoto en éxtasis en el interior de una madraza, ese mendigo que se resguarda de la lluvia bajo la hojalata o ese nuevo rico que desdeña todo lo que no le atañe en primera persona. No fotografío lo que veo sino lo que soy.
Nunca pienso en mis fotografías como objetos de arte o de consumo, tampoco tienen que ver con lo efímero. Pienso en ellas como herramientas al servicio de una idea simple que tan magistralmente resumió Wayne Miller: las verdades universales del ser humano.
Creo firmemente que el valor de una fotografía es compartido, al menos a partes iguales, entre el fotógrafo y sus modelos, que toleran y aceptan su presencia, que soportan en no pocas ocasiones su intromisión e insolencia y que a la postre, convertidos en papel y ajenos ya al paso del tiempo, se dejan observar devolviéndonos, como espejos, alguna desconocida parte de nosotros mismos. ©Rpnunyez
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1 julio, 2021