En palabras del propio autor:

“Allá por comienzos de los años 70, yo, como tanta otra gente, me puse a viajar. Habíamos dejado de hablar de San Francisco -la patria hippy- como el lugar ideal. Torremolinos había tenido en ese sentido una vida efímera, en cuanto los hoteles empezaron a invadir todo. Y tomamos el camino de Ibiza a la búsqueda de ese paraíso ideal que tranquilizara el espíritu; pero tampoco estaba allí.

Hubo algunos que se quedaron, pero la mayoría seguimos buscando. Yo visite Creta, con sus cuevas al lado del mar, y otros prefirieron el norte de África… De pronto, a través de Estambul, llegó el salto para Asia, el largo peregrinaje a Oriente, con su misticismo, sus drogas y su misteriosa atracción exótica; allí parecía haber “campo” para todos. Kabul, la capital afghana fue “descubierta”. Cientos de jóvenes venidos de todas partes alquilaron casitas, florecieron extraños hoteles y se extendió por todo el mundo la fama de su hachís.

Pero tampoco estaba allí la solución. La mayor parte seguimos caminando, muchos nos dirigimos hacia el norte de la India, al pie de los Himalayas, y nos quedamos en aldeas habitadas por tibetanos huidos de su país, que habían traído sus tradiciones y su religión, por largo tiempo vedada a los extranjeros. Un mundo de conocimientos se abría de la mano de los lamas y el Tibet se puso de moda. Pasé un mes en Darmshala y en su monasterio donde residía el Dalai Lama, hasta que conseguí que me recibiera. Días inolvidables con fiestas en las montañas con el humo y el viento agitando las banderas de oración. Despues comntinue durante un año un lento peregrinaje por la India.

Estas fotos son del mes y medio que permaneci con los monjes tibetanos, donde preferí vivir la experiencia más que fotogafiarla. Apenas un par de carretes en blanco y negro y medio de color para momentos especiales en los que el documento es más importante que la calidad de la foto.